¿Cuántas veces nos olvidamos del resultado final en el camino?
¿Cuántas veces perdemos de vista que “al final del túnel” hay luz?
¿Cuántas veces se nos olvida que todo este esfuerzo tiene una consecuencia positiva?
Además, siempre está DIOS, ahí. Además, está Su Presencia Prometida. DIOS no nos abandona, ni aun “en el día malo.” DIOS no nos abandona ni en “la noche oscura del alma.” No nos abandona “ni de noche, ni de día.”
Hay momentos en los cuales perdemos la visión y debemos depender de La Luz Iluminadora del Espíritu Santo de DIOS para que nos guíe. Por eso es importante cultivar una relación íntima con DIOS. Por eso nos conviene estar “conectados” con DIOS.
¿Recuerdan lo que les dije el domingo pasado? El conocimiento se adquiere y se desarrolla. La inteligencia nos permite entender el conocimiento, pero solo la sabiduría nos concede el privilegio de aplicar correctamente lo aprendido. Por esa razón nosotros no podemos darnos el lujo de perder la visión que nos ha dado DIOS para SABER que DIOS está con nosotros en todo momento. “Si DIOS es por nosotros, ¿Quién contra nosotros?”
Adquiramos sabiduría y no solo conocimientos. Dice la Escritura que “el principio de la sabiduría es el temor de DIOS.” (Prov. 1:7.) Procuremos entender que nuestra preparación académica es importante, pero nuestra búsqueda de la sabiduría es vital. Cuando perdemos esta visión, perdemos la oportunidad de aprender a saber que lo importante no es graduarse, ni obtener un diploma; lo importante es lograr obtener sabiduría para utilizar y aplicar los conocimientos sabiamente en el mundo que nos ha tocado vivir.
Por eso, es importante saber que el proceso mediante el cual logramos obtener los conocimientos es importante para el desarrollo de nuestra vida. Se aprende en el proceso. Se aprende mientras se gatea; mientras se camina; en la preparación; en la escuela o institución. Se aprende a tratarse con amabilidad, a pesar de la prisa, el calor, las frustraciones. Se aprende en la tarde, en la mañana, en la noche. Todo el tiempo estamos aprendiendo. Amados y amadas en el Señor: les hablo como Pastor. Procuremos que este “retorno a la escuela” sea una oportunidad para reflexionar sobre la importancia del aprender sabiduría, no solo conocimientos. Aprovechemos esta oportunidad que DIOS nos concede para hacer de este proceso uno de provecho para toda la familia y la comunidad. Además, está DIOS, ahí. Siempre dispuesto a bendecirnos, a acompañarnos y a guiarnos por El Camino de la Verdad y la Sabiduría. “El que esté falto de sabiduría, pídala a DIOS, quien la da abundantemente y sin reproches” (Santiago 1:5.) No dejemos de traer a los niños a la Casa de Su Padre Celestial. Ellos necesitan aprender a saber que DIOS siempre está con ellos. Si no les enseñamos ahora, después nos lamentaremos. Aprovechemos, pues, esta oportunidad que nos concede DIOS de practicar nuestra fe en Jesucristo.
Procuremos la sabiduría.
AMOR EN LA LATITA DE LECHE
Dos hermanitos, vestidos con harapos, uno de cinco años y el otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas del barrio. Estaban hambrientos. -"Vayan a trabajar y no molesten", se oía detrás de una puerta; "¡Aquí no hay nada!", decía otro. Las múltiples frustradas entristecían a los chicos. Por fin, una señora, muy atenta, les dijo: -"Voy a ver si tengo algo para ustedes, ¡pobrecitos!" Y volvió con una latita de leche.
¡Qué fiesta! Los dos se sentaron en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: “Tú eres el mayor, toma tu primero" y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose.
Yo contemplaba la escena como un tonto. ¡Si vieran al mayor, mirando de reojo al pequeñito! Se llevaba la lata a la boca, hacía de cuenta que bebía y apretaba fuerte los labios, para que no le entrara ni una sola gota de leche. Después, extendía la lata y le decía al hermano: "Ahora es tu turno; pero toma solo un poquito." Y el hermanito, daba un trago y exclamaba: -"¡Qué rica!” "Ahora yo," decía el mayor y se llevaba a la boca la latita, ya medio vacía, pero no bebía nada. "Ahora tu,” “Ahora yo,” “Ahora tu,” “Ahora yo."
Después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menorcito, de cabello ondulado, barrigoncito, con la camisa por fuera, se acabó toda la leche... él solito.
Esos "ahora tu", "ahora yo", me llenaron los ojos de lágrimas. Y entonces, sucedió algo que me pareció extraordinario: el mayor comenzó a cantar, a bailar, a jugar fútbol con la lata de leche vacía. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría. Saltaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario o, aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias, sin darles mayor importancia. Ese día al ver a aquél muchacho, comprobé una gran lección: "Quien da, es más feliz que quien recibe." Es así como debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos. Encontrar felicidad al hacer la vida de alguien un poco mejor, con más gusto de ser vivida, eso es sabiduría de Dios.
Cerca de nosotros, siempre hay alguien que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, aún más, de un poco de nuestra paz.
Vivamos sencillamente dando, sirviendo; para que otros puedan sencillamente vivir, recibir y agradecer. Así nos ayude DIOS.
Cada uno de nosotros tiene sus propias latas. Todos somos latas de leche medio llenas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar cada gota para bendecir a alguien.
Sigamos adelante, DIOS nos ama y nos quiere usar para Su Gloria. Amén.
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